31 de octubre de 2013

Y un día fue noche de brujas

Angus y Morgan se reunieron un primero de samoins para celebrar el fin del verano y el comienzo de un nuevo año, el fin de la temporada de cosechas y la víspera del duro invierno europeo. En este día también rezaban a los espíritus venían al más acá y podían ocasionar daños, para lo cual aquellos celtas se disfrazaban de monstruos y demonios para pasar desapercibidos. Además utilizaban faroles hechos de nabos y velas para ahuyentar a dichas entidades. El emperador Constantino introdujo ese día para recordar a todos los santos (All hallows) que no tenían una jornada en su nombre. A la noche anterior, se la llamó All hallows eve. El folclore cambia -de hecho “folk lore” mutó para significar la cultura de un pueblo- y se va adaptando a los nuevos tiempos, y cuando la gente acepta algo tan puramente como una excusa para festejar, no hay mucho para discutir: si algo nos hace felices, hagámoslo: y hay olor a calabazas. Hallowen se convirtió en una de las modas de festejos globalizados; los argentinos detractores estallan contra las fiestas “extranjeras” –sea cual sea su apellido-. ¿Pero qué hay más argento que decir presente en cualquier celebración? Calabazas de tamaños increíbles y talladas, velas, caramelos y “trick or treat” en las redes, disfraces en las oficinas. Angus y Morgan brindaron un día, un primero de noviembre, por sus cosechas, por sus familias, por sus muertos y por su futuro, ellos usaban las velas en nabos –luego los norteamericanos los cambiaron por las calabazas-. En el fondo no somos, tan distintos.

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