22 de octubre de 2013

Los dueños de Internet



¿Google? ¿Microsoft? ¿Apple? ¿alguna multinacional formada por magnates sin bandera?
Tal vez éstos puedan ser algunos de los que dicen qué ver y qué no en la red del lado mainstream: pueden generar contenido y tienen el poder de hacerlo llegar a través del vil metal, pero esa no es la única forma.
            En un banco un niño con una tablet, debe tener unos cinco años navega entre las aplicaciones como si lo hubiese hecho desde toda la vida. La espalda no está en la mejor posición, pero es claro que no va a corregir en los próximos minutos. Probablemente apenas pueda escribir su nombre, quizás todavía no sepa el abecedario, pero para él tener una pantalla táctil en la mano es como para las generaciones anteriores un árbol. ¿Cómo puede ser que un elemento tecnológico esté a la altura de algo nativo de la tierra?
Los antiguos griegos encontraban las razones para explicar el rayo y el trueno en la sensibilidad de sus dioses, esas deidades que eran culpables de sus propios errores y falencias. El mundo cambió, los niños también. Ellos son los que no necesitan encontrar las excusas, no las quieren, no las preguntan, ellos sólo quieren ver qué pueden hacer con eso que tienen dado desde la cuna. El rayo y el trueno suceden porque sí, no son relevantes –a menos que prediquen una falla eléctrica-, los dioses tienen logos y bajadas – hay cientos por rubro, y actualizaciones todos los meses-. Podemos discriminar tres tipos de personas según su relación con las redes: los EXTRANJEROS –abuelos, padres negados y jóvenes “inadaptados” (por más que suene mal), los NACIONALIZADOS que se incorporaron a la nueva vida 2.0 durante el siglo XXI, y coparon la parada durante la primera era de la red de contenido pre Facebook. Por último los NATIVOS, esos pequeños que ya no patean la pelota con sus pies más con sus dedos, que se suben a un colectivo en grupo para no dirigirse la palabra durante todo el recorrido mas sí opinan sobre lo bien o mal de una clase o de un compañero off-bondi.
No se hablan con la voz, es una ruidosa e hiperquinética comunicación telepática. Un nuevo paradigma en el que las marcas ya no son lo que guían el camino sino los que acompañan al público -que ya no es mero espectador-. Una etapa superadora en muchos sentidos, más democrática tal vez. Las corporaciones pueden ser, y son, muy poderosas, pero el contenido, lo real, lo que la gente elige hacer sigue siendo su opción, y la web –mientras se mantenga democrática- continuará marcando el ritmo de crecimiento.
         Un extranjero se acerca al niño que parece no notar su presencia, continúa bailando con las yemas de los dedos entre las ventanas hasta que el padre le indica de deje de usar la tableta. Se levanta y apoya suavemente el aparatejo sobre una mesa, aquella espalda que no estaba en la mejor posición se endereza, se frota los ojos y va al encuentro de una pelota. Todo vuelve a ser como antes, al menos, hasta que lo virtual cargue batería.

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