Angus y Morgan se reunieron un primero de samoins para celebrar el fin del verano y el comienzo
de un nuevo año, la temporada de cosechas termina en la víspera del duro
invierno europeo. En este día también rezaban a los espíritus venían al más acá
y podían ocasionar daños, para lo cual aquellos celtas se disfrazaban de
monstruos y demonios para pasar desapercibidos entre los espectros. Además
utilizaban faroles hechos de nabos y velas para amedrentar dichas entidades.
El emperador Constantino introdujo ese día para recordar
a todos los santos (All hallows) que no tenían una jornada en su nombre. A la noche anterior, se la llamó All
hallows eve.
El folclore cambia -de hecho “folk lore” mutó para
significar la cultura nativa de un pueblo aún no siendo de habla sajona- y se
va adaptando a los nuevos tiempos, y cuando la gente acepta algo tan puramente
como una excusa para festejar, no hay mucho para discutir: si algo nos hace felices, hagámoslo: y hay olor a calabazas.
Hallowen se convirtió en una de las modas de festejos
globalizados; los argentinos detractores
estallan contra las fiestas “extranjeras” –sea cual sea su apellido-. ¿Pero qué hay más argento que decir
presente en cualquier celebración?
Calabazas de tamaños increíbles y talladas, velas, caramelos
y “trick or treat” en las redes, disfraces en las oficinas.
Angus y Morgan brindaron un día, un primero de noviembre,
por sus cosechas, por sus familias, por sus muertos y por su futuro, ellos
usaban las velas en nabos –luego los norteamericanos los cambiaron por las
calabazas-.
En el fondo no somos, tan distintos.